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Buscar un halo de esperanza en esta Argentina quebrada

El otro día estuve en Mar del Plata y veía a la gente comer cornalito, comer raba, y mientras tanto, pasaba el avión por arriba: «Hoy gran presentación del Circo Rodas, con el mago Miguelito». En medio de esta vorágine parda, uno no puede evitar preguntarse: ¿falta mucho para suicidarme? La pregunta puede parecer extrema, pero no es raro que en momentos de incertidumbre, los argentinos nos hagamos esta pregunta.

Hablando de circos, es como si estuviéramos en un espectáculo constante, donde el gran presentador es la política argentina, y los malabaristas, trapecistas y payasos son los políticos de turno. Un día nos sorprenden con sus trucos, como el mago Miguelito, y al día siguiente nos dejan boquiabiertos con sus desatinos y promesas incumplidas.

Mientras tanto, en la costa, muchos hombres se paran a mirar el horizonte, como si quisieran ver si viene un tsunami que nos lleve a todos. ¿Y cuánto falta? Nos preguntamos. Nos dicen que faltan diez días, pero sabemos que en la Argentina, diez días pueden convertirse en diez años en cuestión de minutos.

Y luego están esos lugares emblemáticos, como «El chorizo atómico», donde los chorizos vienen hinchados de expectativas, pero al final, ves que comen, comen, y todos tienen la misma expresión en el rostro, como si fueran clones de Evo Morales. La bermuda color azul francia se convierte en el uniforme de la conformidad, y la mediocridad se vuelve norma.

Pero no todo está perdido en el destino de Argentina. A pesar de las idas y venidas, los altibajos y las crisis cíclicas, hay algo que persiste en el espíritu argentino: la esperanza. Somos un pueblo resiliente, capaz de reír en medio del caos y encontrar alegría en las pequeñas cosas. Nuestra historia está llena de desafíos superados y logros indiscutibles.

Quizás, en lugar de preguntarnos cuánto falta para el suicidio, deberíamos preguntarnos cuánto falta para el renacimiento. Porque en la incertidumbre y la adversidad, es cuando los argentinos sacamos lo mejor de nosotros mismos. Nuestra cultura, nuestra pasión, nuestra creatividad, son recursos inagotables que pueden llevarnos a un destino mejor.

Entonces, mientras sigamos comiendo cornalito y rabas, mientras el circo político siga su curso, y mientras observemos el horizonte con ansias de un cambio, recordemos que la verdadera magia de Argentina reside en su gente. Con un poco de esfuerzo y colaboración, tal vez podamos dejar atrás los días de «El chorizo atómico» y dar paso a un país en el que la bermuda color azul francia sea solo una anécdota del pasado.

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